Arde París
Arde París.
Arde París con un fuego devastador contra la libertad de expresión, con un deseo irrefrenable de enmudecer a los demócratas.
La muerte gratuita envilece a aquellos que la ejecutan refugiándose en creencias carentes de sentido y, que añaden un mayor riesgo social, el de la generalización.
La sociedad no puede caer en la trampa del juicio fácil hacia todo un colectivo. Son sencillos los caminos para evitar y erradicar la violencia: La palabra, el respeto y la unión tácita contra todo aquello que represente una amenaza hacia la integridad del ser humano, sin detenernos en ideas políticas o religiosas. Como dice el refranero español: “En todas las casas se cuecen habas”.
No nos dejemos llevar por el discurso fácil y, centrémonos tan solo en desacreditar a aquellos que no se merecen ser calificados como personas de bien.
Arde París y, con París arde el mundo. Apaguemos las llamas con la dignidad que otorga la palabra y con la fuerza que aporta la unión.
Nunca la libertad del hombre es negociable por la esquizofrénica violencia.
La libertad de expresión no se pacta, no es negociable, como tampoco lo es el derecho a la vida. Ningún ser humano tiene la potestad de acabar con la vida de un igual.
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